Resumen
Si los mejores alquimistas europeos vivieran hoy, ¿utilizarían Internet? o ¿seguirían metidos en sus búsquedas medievales? Esta es la idea que quiero plantearte esta vez. Se trata de aclarar ideas y de ampliar perspectivas sobre cómo desarrollar tu espiritualidad hoy.
Cada época tiene su manera de desarrollar la espiritualidad, porque todo cambia, y como humanos que somos, nos adaptamos. Sin embargo existe, desde siempre, un principio que se cumple y que hemos respetado desde que tenemos memoria. Y es que hay un “afuera” y un “adentro”, cuando hablamos de ella.
Vamos a utilizar a los alquimistas como modelo para poder explicarte la idea, porque ellos han sido quienes mejor han entendido este principio que utilizaron los taoístas en la antigua china, y también los primeros hindúes, que lo recogieron en sus textos védicos.
¿Cómo hizo Nicolas Flamel?
El señor Flamel es el protagonista de una de las leyendas más famosas sobre alquimistas. Así que vamos a utilizarlo como ejemplo, a pesar de que las fuentes oficiales de hoy en día niegan que lo hubiera sido. Es decir, oficialmente queda claro que no era alquimista.
Sin embargo, después de su muerte, aparecieron algunos libros dedicados al tema que se dice fueron escritos por él. Y se dice también que su fortuna, que no fue enorme pero sí significativa, la obtuvo por medios alquímicos, y que la dedicó a hacer una labor filantrópica importante.
Pero imaginemos algo. Si este personaje hizo alquimia a finales del siglo XIV, entonces lo hizo en un cuartucho. Dentro, tendría que haber habido equipos químicos de última generación, y poseer una biblioteca con tratados escritos por los personajes más inteligentes y sabios que pudo encontrar. Pero ubícate. Esos tratados estarían escritos a mano, y en latín. Y su laboratorio serían ollas de hierro, parecidas a las que utilizaba mi abuela en la cocina, y el fuego que utilizaba estaría hecho de leña, en una especie de chimenea. Vamos, que tenía lo mejor de lo mejor del momento en equipamiento.
Lo que buscaba el amigo Flamel
Como todo alquimista que se precie, Flamel buscaba la piedra filosofal, que era un producto del trabajo alquímico que permitía cambiar cualquier material en oro, al ser mezclados. También buscaba un derivado, que era líquido y que aportaba, a quien lo tomaba, la inmortalidad y el fin de la necesidad de ingerir alimentos.
Y todo esto lo hacía dentro del cuartucho del que disponía. Que fuera alquimista no le daba la posibilidad de tener calefacción, o botes finos de cristal para mezclar las cosas. Tampoco de un horno que produjera temperaturas muy altas.
Lo único que podemos inferir es que el señor Nicolás, como el curioso buscador que era, es que iba detrás de dos cosas. La primera era tomar el control de su mundo. Para eso quería la piedra filosofal, porque para la época tener oro era una manera muy elegante de tener recursos para vivir. La segunda era la inmortalidad, que en esa época estaba asociada a vencer al hambre y a la muerte. Es decir, que era la manera medieval de trabajarse al cuerpo.
Y si Flamel viviera hoy, ¿qué haría?
Ya imagino que entiendes por dónde vamos. Saber que existe un principio que se cumple siempre, y que hemos respetado desde que tenemos memoria, ayuda mucho a entender lo que los alquimistas buscaban. Cuando entiendes la idea de que energéticamente tu trabajo se puede organizar a partir de que hay un “afuera” y un “adentro”, entonces puedes asumir que la piedra filosofal te ayuda a controlar todo lo que está afuera. Por otro lado, el elixir de vida te ayudaría a hacer lo propio con lo que está dentro, con tu cuerpo y todo lo que tenga que ver con ello.
Flamel se centraría en lo mismo, solo que con los recursos a los que pueda tener acceso hoy en día. Tendría en cuenta que los medios no son importantes, porque no implican un cambio real por sí mismos. Sabría que lo que necesita es saber hacia dónde dirigir sus esfuerzos, y utilizar esos medios modernos para lograrlos.